Odio y educación
Por
Ángel Pérez Martínez
La filósofa
alemana Carolin Emcke sostiene que: “en
un espacio público cada vez más polarizado, se impone una línea de pensamiento
que solo permite dudar de las opiniones ajenas, nunca de las propias”.
En su
extraordinario libro “Contra el Odio”, Emcke toma posición sobre cómo
pensamientos absolutos ligados a estructuras de poder de la sociedad, que
pueden estar arriba o debajo de la pirámide social, son los que permiten y
sustentan el odio hacia el otro. Cuando odiamos, de alguna manera producimos un
sentimiento que se descarga contra el otro, hacer que se sienta mal y hasta
lograr, de manera intencionada, que sufra. El odio es irreflexivo, se nutre de
pensamientos donde no hay dudas, donde no se cuestiona y no se razona: “si dudaran no podrían estar tan furiosos;
odiar requiere una certeza absoluta” dice la autora.
El odio se
construye, solo necesita un lenguaje y una persona o un grupo de personas para
mentir, engañar o despreciar. Quien odia tiene la necesidad de fortalecer
pensamientos o visiones de la vida en términos absolutos, de desarrollar
convicciones donde no es posible permitir la tolerancia, el perdón o la
humildad. El odio no permite la reflexión o el perdón, menos ponerse en los
zapatos del otro, para congraciarse con él. El odio no requiere verdades, ni
demostraciones de ninguna índole. A través del odio se exacerban pasiones y
ello explica el porqué se actúa más sobre el engaño y la mentira; por eso
quienes odian justifican hasta lograr que parezca normal afectar la dignidad y
la vida del ser humano. La historia de la humanidad tiene ejemplos aterradores
sobre cómo a nombre de verdades absolutas se maltrató, se humilló y hasta se
mató.
El odio humano
en masa, el odio político, puede justificar la acción violenta contra el otro y
dar el paso necesario para justificar la humillación, el maltrato físico y
hasta la discriminación humana, que normalmente terminan afectando a los más
débiles o a los más indefensos.
El odio en términos políticos busca dividir, para nada le interesa
la verdad, menos los consensos, el fortalecimiento de la democracia y los
propósitos comunes de sociedad. El objeto de quienes estimulan el odio desde la
política y el poder es cultivar su desarrollo día tras día, acá no hay centro
ni tibios, ellos saben que detrás de su accionar político se esconde el
propósito de crear fanáticos o enemigos.
Quien odia está
obligado a usar un lenguaje directo, a veces brutal, con señalamientos. En lo
político se prepara la comunicación con violencia y sinrazones. Trump es un
buen ejemplo, la sanción, la amenaza y la dureza de su léxico, son su éxito
político; las redes sociales ayudan a cumplir su descarga de emociones vanas
que unos compran y otros atacan. Las redes permiten planear piezas
comunicativas desde donde se direccionan juicios prefijados: “cuidado viene el
chavismo”; “necesitamos un muro en la frontera con México porque ahí entran los
malandros latinos”; “a los pobres no hay que regalarles nada porque se
malacostumbran” y “la fuerza, la autoridad y el castigo son la ley”
El problema es
que el odio se fomenta a partir de conocer bien las pasiones humanas y sus
debilidades. En cambio, no odiar parece más complejo, se requiere el uso de la
razón y de un pensamiento crítico que privilegie la verdad y los valores
colectivos. Más educación y formación para buscar la verdad, controlar lo
emocional y reflexionar con sentido humano, contra las verdades absolutas que
unos y otros venden. El mejor antídoto al odio es el camino del conocimiento,
encontrar respuestas a la duda y la búsqueda de la verdad; cuando se razona no
cabe el fanatismo ideológico o la verdad del poder.
Por último, en
una sociedad donde la mentira y el odio pululan pienso en las dificultades de
los maestros, en su trabajo diario en el aula con 30 o 40 adolescentes o
jóvenes, difícil enseñar a respetar al otro, a tener fe, esperanza y amor por
la condición humana. Sin embargo, reconozco que existen docentes que logran
pensar de manera pedagógica en función de sus estudiantes y del entorno en que
ellos conviven, sin dejarse amedrentar por los líderes o la política del odio.
Son docentes que entienden que su trabajo con los estudiantes es especial, que
requieren unos criterios morales superiores para valorar las acciones de quienes
odian y engañan, ellos luchan por formar buenos seres humanos.
Gracias a estos
maestros aún en las escuelas priman los principios morales de solidaridad,
respeto, equidad y amor, pero sobre todo parece volver a la escuela el
pensamiento crítico, como una forma de no dejarse llevar por la ola de la
destrucción y el engaño, que es lo que produce el odio humano.
La sociedad
requiere crear zonas protegidas donde no se incuben el odio y otras pasiones
mezquinas a la vida humana, algunos pensamos que la escuela y sus maestros
siguen siendo un gran acontecimiento para la vida humana en convivencia y sin
odio.
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